(MANUEL VICENT)
Escucha, pequeño
saltamontes: cuando seas muy mayor llegará un día en que dejarás
de cumplir años. Te dará igual tener 70 que 80. A esa edad solo
cumplirás estados de ánimo, periodos de salud o enfermedad. Estar
bien o sentirte mal será el único dilema, de modo que los análisis
y radiografías tendrán mucha más importancia que el número de
tacos de almanaque que lleves a la espalda. La vejez es, sin duda,
una tragedia irreversible, pero solo algunos seres privilegiados son
capaces de convertirla en una obra de arte. Atiende, pequeño
saltamontes, a lo que pasa en la mesa. Si lo más dulce se guarda
para el final, también puede suceder lo mismo en el postre de la
vida.
El deterioro físico
siempre se produce por partes, cada órgano por separado, nunca
acontece un fracaso conjunto y total, salvo que decidas acabar por ti
mismo o te des con el coche un leñazo contra un chopo.
Hay dos formas de
envejecer: de dentro afuera y de fuera adentro. Esta última
modalidad es la más evidente:la carne flácida, la linfa acuosa en
la mirada, el color ceniciento en la piel, las articulaciones
anquilosadas. Trataré de ahorrarte, pequeño saltamontes, todas las
miserias que van sucediendo en el interior del cuerpo a partir de una
edad, el bulto sospechoso que germina por aquí o por allá, la
sombra en el pulmón. El veredicto infame del TAC. Pero con ser eso
muy grave, es menos patético que envejecer lentamente de dentro
afuera. Si llega un momento en que todo te da igual, que tragas con
ruedas de molino con tal de que no te molesten, que crees que tu
protesta o coraje no te servirá de nada, serás viejo por dentro
aunque tengas 30 años.
El alzheimer no consiste
en perder la memoria, sino en no recordar que la has perdido. Olvidar
los sueños que en un momento de tu vida te hicieron fuerte será la
prueba más evidente de tu demencia senil.